- Momentos felices
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Hay lugares que permanecen conmigo mucho después de haberme ido. Los huelo en otras partes. Veo aspectos de ellos en otras partes. Siento el deseo de volver a estos lugares. Así me hace sentir una comunidad apadrinada en particular, llamada Paradise Village (Villa Paraíso), en la ciudad de Malabon (sector del área metropolitana de Manila).
Sin embargo, escribir acerca de este lugar es un asunto distinto. Llevo años conociéndolo, desde que integré a Children International – Filipinas, pero he descubierto que no hay palabras para describir lo que siento por este lugar. La primera vez que intenté hacerlo, terminé compartiendo una foto y un párrafo solamente, pero en los años que llevo volviendo a visitar Malabon, supe que este trozo de tierra, para mí, representaba algo inconcluso.
Estas son algunas maneras en que Paradise Village me vuelve a encontrar.
Cuando visité Paradise Village por primera vez, no tenía idea de lo que me esperaba ese sábado por la mañana. Me había encontrado con algunos compañeros de trabajo para una reunión de padres de la comunidad y era nueva en mi puesto, emocionada de visitar cuantas comunidades pudiera y conocer acerca de la vida de nuestros apadrinados y sus familias.
No sabía que me estaba aventurando a un lugar que me perseguiría hasta el día de hoy.
Todavía recuerdo haberme detenido en la entrada de Paradise Village al ver un enorme arco de hierro decorado con rulos y el nombre de la comunidad.
No obstante, este rótulo era lo único paradisiaco de la comunidad. Detrás de él había chozas abarcando lo largo de un camino estrecho, y teníamos que cruzar un río estancado para entrar. A pesar de que el río apenas fluía, mis emociones corrían como aguas bravas.
La paz, la comodidad y los lujos son cosas desconocidas en este lugar, pero este es el “paraíso” que los niños de aquí conocen toda su vida.
En su mayoría, este laberinto de pequeños callejones puede ser atravesado a pie. (Mis pies nunca se han aprendido totalmente este laberinto).
La vida en Paradise Village siempre ha suscitado en mí emociones contrarias. La emoción de encontrar historias cautivadoras e imágenes interesantes que compartir siempre viene acompañada de cierto grado de ansiedad, vulnerabilidad e impotencia —para mí y para los niños que viven allí—.
Mer Regen, una joven apadrinada de 17 años de edad, me contó que hubo un tiempo en que las peleas eran tan frecuentes que la gente tenía miedo de salir de sus casas. El sonido de los tiroteos la atemorizaba.
“Los fantasmas no me asustan”, dijo ella. “Las personas de verdad sí me dan miedo, porque pueden hacerle a uno daño o incluso quitarle la vida”.
El hermano de Maybelle, una graduada del programa de Children International, murió cuando una bala perdida le dio estando en un cibercafé.
Ederlina, una voluntaria de CI que vive en Paradise Village, es mi acceso total a la comunidad. Ella tiene cinco hijos y un esposo enfermo. Cuando visito, ella se asegura de que yo esté acompañada, generalmente solo por ella.
Una vez le mencioné que un amigo quería venir conmigo a conocer el lugar, pero Ederlina enseguida me disuadió. “Lo siento, pero podría ser demasiado peligroso para él y para nosotros”, me dijo ella. “Hay residentes que suelen ponerse sospechosos cuando ven personas desconocidas, especialmente hombres”.
A pesar de los peligros, me siento segura con Ederlina. Ella entiende las reglas de la comunidad. Ella es experta con los atajos. Sus pasos son firmes y rápidos. La gente la conoce y la respeta.
Más que nada, ella es honesta.
“Este lugar me da miedo. Nunca sé qué va a suceder”, manifiesta ella. “Temo por mi familia. Temo por los apadrinados. ¿Qué sucedería si los confunden con el enemigo?”.
Cuando ella está de turno, siempre tiene que andar sumamente atenta y lista para correr.
Ella ha tenido que aprender estas tácticas por necesidad. Ella ha visto de todo: guerras entre pandillas, persecuciones por la policía, palizas, tiroteos. En una de mis visitas, minutos de habernos despedido, ella me envió un mensaje por móvil informándome que acaba de pasar por un cadáver tirado en la calle.
“Si tan solo tuviera el poder de detener estas matanzas”, dice ella. “Sin duda lo haría”.
A pesar de todo esto, después de 15 años de servicio como voluntaria, Ederlina sigue comprometida a ayudarnos a cumplir con nuestra misión de ayudar a los niños y jóvenes. Su esposo, al igual que otros, le ha pedido muchas veces que deje el voluntariado. Es algo que ella ha considerado hacer, pero aparentemente no hay peligro que la detenga.
Cuando pienso en Paradise Village, pienso en Ederlina y su fortaleza.
“Es verdad que aquí hay mucho temor, pero nada se compara con la alegría de ayudar y ver a niños crecer bien”, confiesa ella. “Quiero estar a su disposición hasta para las cosas más pequeñas. Quiero que el personal de Children International se sienta apoyado. Además, las capacitaciones y experiencias que he tenido gracias a CI significan mucho para mí. Pienso en los niños, entre ellos mis propios hijos, y el personal de CI, y eso es suficiente para ponerme fuerte y tener valentía en mi corazón”.
Me considero afortunada, no solo porque no he tenido que enfrentar el peligro que ella enfrenta, sino también porque conozco a alguien tan valiente y resuelta como Ederlina.
En el mejor de los casos, este lugar es solamente un paraíso de sueños —sueños de jóvenes en busca de un futuro mejor y de ancianos que quisieran una vida diferente de la que han tenido—. Para muchos, estos sueños son simples fantasías. Este no es el caso para los niños y jóvenes apadrinados que están aprendiendo a tener esperanza a través de Children International.
La vida continúa hasta en la presencia del peligro y la pobreza extrema.
Ahí está Mer Regen, esforzándose por permanecer en la escuela para un día poder encontrar buen empleo.
Ahí está Maybelle (24 años), quien hoy se encuentra empleada en una empresa de ingeniería y apoyando a su familia.
Ahí está el pequeño Anton (10 años), quien a pesar de las luchas de su familia que recicla desechos para generar dinero, se siente orgulloso de poder asistir a la escuela y recibir atención médica cuando se enferma.
Estos y muchos otros indicios de progreso son la razón por la que Arnie Lacson, la coordinadora de nuestro centro comunitario, ve tanto valor en lo que hace.
“Paradise Village es potencialmente una de nuestras zonas más pobres y peligrosas, pero los niños que viven aquí están recibiendo la ayuda y las herramientas que necesitan por medio de Children International a medida que crecen”, dice Arnie. “A pesar de estar lejos del centro comunitario, ellos hacen lo posible por venir aquí para recibir nuestros servicios. Una de las mejores maneras en que les estamos ayudando es brindándoles acceso a educación sanitaria, chequeos médicos y medicamentos, teniendo en cuenta los riesgos que presenta su ambiente”
Estos servicios y beneficios son críticos para los niños que a veces se enferman de gravedad como resultado del hambre u otra dolencia y terminan faltando a clase o abandonando sus estudios completamente. Children International ofrece ayuda que facilita sus vidas, tal como alimentos para niños hambrientos y educación nutricional para ellos y sus familias.
Los jóvenes líderes se han encargado de educar a los niños de su comunidad sobre los derechos de los niños, de fomentar el manejo de desechos y de organizar campañas de limpieza masivas.
Aquí, la pobreza infantil y el peligro son reales, pero igual de real es la esperanza, sobre todo cuando veo a nuestros empleados, voluntarios, familias y jóvenes empoderados trabajando juntos. Con Children International, la comunidad deteriorada de Paradise Village ha encontrado un soporte vital para afrontar un futuro incierto.
Es fácil decir que nadie debería vivir en Paradise Village. No debería haber niños allí. Sin embargo, la realidad es que sí viven allí, intentando arraigarse y prosperar con lo que tienen.
Si pudiera hacerlo a mi manera, reescribiría el destino de esta comunidad y la convertiría en lo que todos imaginamos es un paraíso. Lamentablemente no vivo en una ficción o una fantasía. De hecho, siento que nunca podré escribir lo suficiente acerca de este tema, y jamás podré olvidarlo por más que escriba.
A pesar de todo esto, tenemos la solución para reescribir la historia de los 300 apadrinados de Paradise Village para darles un futuro mejor. Esa solución es el apadrinamiento. Los efectos del apadrinamiento están expandiendo por esta comunidad como una ola que, a largo plazo, será más potente que cualquier peligro.
Paradise Village es un enorme recordatorio de que tenemos la oportunidad de ayudar. Hay que seguir apoyando a esta comunidad, para que no se convierta en un páramo.
No podemos abandonar a los niños. Paradise Village, al igual que muchos lugares marginados en el mundo, representa a todos nosotros.
Comentarios
chicagomike
jul 5, 2016
Thank you for this. I have often wondered about this part of Manila. During daylight approaches I can see this area from the plane when I come visit.
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