“Ese día no teníamos absolutamente nada (para comer)”, dice María, madre de tres hijos en Honduras. “Solo sal, nada más. De repente me cayó una llamada de parte de la (voluntaria de Children International). Ella me dijo que entregarían una tarjeta para comprar comida”.
María y su esposo trabajan afanosamente para sustentar a su familia. Ella se dedica a la costura para pagar los estudios de sus hijos y otros artículos esenciales. Él es albañil. “Cuando hay trabajo, nos va más o menos”, dice María. “Y cuando no, pues a veces nos toca aguantar hambre”.
Su hijo menor aún está demasiado pequeño para entender por qué hay tiempos buenos y malos. No obstante, él siente el dolor provocado por el hambre. Él le dice a su mamá, “Mami, tengo hambre. Mami, tengo hambre”. María explica, “Ha habido día que me ha tocado darles agüita con azúcar a mis hijos y decirles, ‘hijo, bébase esa agüita con azúcar porque no hay, y acostémonos a dormir a esperar el día de mañana’”.
La hija mayor, Vilyi, también sabe lo que es pasar hambre. Ella siente el estrés emocional de ver a sus hermanos menores sufrir. “Pues, yo estoy más grande y aguanto más. Pero mis hermanos no van a comer”, dice ella.
“Ese día no teníamos absolutamente nada (para comer)”, dice María, madre de tres hijos en Honduras. “Solo sal, nada más. De repente me cayó una llamada de parte de la (voluntaria de Children International). Ella me dijo que entregarían una tarjeta para comprar comida”.
Decir que los niños se sintieron felices y agradecidos por la asistencia que recibieron ese día no le hace justicia a la situación. “Brincaron de alegría”, dice María, “Me decían, ‘Dios es grande. Gracias a CI que nos favoreció, ya tenemos comidita”.
“Para mí, eso significa mucho. Tengo mucho que agradecer a los padrinos, que ellos son los que están detrás de la organización para ayudarnos”.
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